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Por Calahorra, Arnedo y Arnedillo

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La Rioja, tierra de fronteras en tiempos antiguos, surcada por el Ebro de un lado a otro, tiene mucho más que ofrecer que un vino de excelente calidad. La riqueza cultural, histórica y, porqué no decirlo, gastronómica, son el referente actual de un cada vez más importante turismo de interior.

La Rioja es sinónimo de vinos. Eso lo sabe cualquiera que se interese mínimamente por los caldos de Baco. Sin embargo lo que normalmente se desconoce es que esta tierra, bañada por el Ebro, es la despensa de la verdura en España. Los extensos campos de viña, normalmente cultivada en espaldera (parrales verticales), rivalizan en extensión con los cultivos de alcachofas, espárragos, cardos y puerros, dando al paisaje mil tonos de verde en los que perderse.

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Esta particular gira por tierras riojanas comienza y finaliza en Calahorra, la segunda ciudad en importancia de la región y que es ciudad bimilenaria. Bajo una fachada de ciudad moderna se esconde toda la riqueza de dos milenios de historia. Desde un Casco Viejo –no olvidar visitarlo al atardecer—de estrechas y sinuosas calles, hasta la única catedral de la comarca –dicen los calagurritanos que la de Logroño es concatedral—toda la ciudad desprende un aroma a antiguo que invita al viajero a buscar, en calles y plazas, los restos del imperio romano que se asentó en esta tierra hace dos milenios, antes de godos, visigodos y árabes.

El Rollo o Picota, monumento de la Edad Media, daba fe de que Calahorra era ciudad libre y no dependía de ningún señor feudal sino directamente del Rey

Pudiera parecer que el calagurritano es seco y distante. Nada más lejos. La hospitalidad de estas gentes se nota desde que el viajero se sienta en cualquier esquina a ver pasar la tarde.-Usted no es de por aquí, ¿verdad?
-No, soy canario.
-Vaya, de lejos viene usted. De todas maneras ya me parecía a mí que venía de tierras más calientes por su forma de buscar el sol. ¿Ha visitado ya la catedral y la plaza de la verdura?. ¿Qué le pareció el Casco Viejo?—
Esta podría ser la típica conversación en el Paseo del Mercadal, donde los árboles unen sus ramas en lo alto, con una abrazo imposible y definitivo, mientras en el extremo norte, cerca del Parador de Turismo, vegetan los restos del Circo donde se celebraban (algunos siglos antes) los «ludus» romanos. En el otro extremo se encuentra El Rollo o Picota, monumento de la Edad Media que daba fe de que Calahorra era ciudad libre y no dependía de ningún señor feudal sino directamente del Rey.

Después de una opípara comida (o desayuno o cena, que aquí se come mucho a cualquier hora del día), conviene «bajar» los excesos culinarios con un tranquilo paseo. La Plaza de Abastos, El Convento de las Carmelitas y el Palacio Episcopal pueden ser el triángulo perfecto para contemplar en toda su riqueza la antiguamente llamada Calagurris Iulia Nassica, cuna del célebre orador romano Marco Fabio Quintiliano.

Calahorra forma parte también del Camino Jacobeo del Ebro. Los peregrinos del levante español y aún algunos del sur. La diversidad geográfica y el carácter universal de la peregrinación a Santiago de Compostela impide pensar en un único camino. Así, las rutas jacobeas más conocidas eran las que acogían a un mayor número de peregrinos, como es el caso del Camino Francés. No obstante, para llegar a este camino principal, los peregrinos del Mediterráneo consolidaron este camino del Ebro desde Tortosa a Gandesa, Caspe, Zaragoza, Tudela, Alfaro, Calahorra y Logroño. Es la calzada romana que desde hace más de dos mil años ha unido Tarraco con Astorga (Cantabria), un histórico eje de comunicaciones que descubre al caminante tierras y gentes de Cataluña, Aragón, Navarra y La Rioja.

Muy cerca de Calahorra se encuentran Arnedo y Arnedillo, a la orilla del Río Cidacos, afluente del Ebro. A medio camino, las piedras calizas erosionadas de El Picuezo y La Picueza –dicen que amantes convertidos en roca– merecen un breve descanso en el camino, en un pequeño parque de extraordinaria belleza, poco antes de llegar al inicio de una ruta que culmina en el Balneario de Arnedillo. Este camino, especialmente diseñado y rehabilitado para los amantes del mountain-bike, debería tener como premio un baño relajante en las aguas hipertermales del Hotel Spa.

La sensación de miles de burbujas recorriendo el cuerpo del viajero después de hora y media sobre una bicicleta son inenarrables.

Y bueno, La Rioja es también carne y vinos, sobre todo vinos y bodegas recónditas que vale la pena buscar. En la capital, Logroño, cerca del Caballo de Espartero, infinidad de callejuelas nos acercan a la esencia misma de La Rioja. Es la esencia teñida del rojo oscuro y casi amarillento del buen vino de crianza, del verde de los campos de alcachofas y del marrón de las tierras de espárragos paridos al frío de las heladas, blancos, tiernos y sabrosos.

 

 


 

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