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Las Arribes del Duero, el gran cañón ibérico

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Desde Salamanca hasta la comarca conocida como Las Arribes del Duero, en el occidente de las provincias de Salamanca y Zamora, la principal protagonista del cuaderno de viaje es la caprichosa naturaleza de un río, el Duero, que ha creado profundos encajonamientos entre tierras españolas y portuguesas. Casi un centenar de kilómetros de recorrido fluvial, donde el microclima característico de arribe y la inaccesibilidad de los farallones de granito facilitan un hábitat exclusivo para numerosas especies protegidas, entre las que destacan el buitre leonado, el águila real y la cigüeña negra.

No es extraño encontrar errores de bulto cuando se habla de Las Arribes. Por ejemplo, dar por supuesto que son exclusivamente salmantinas. Flaco favor para el patrimonio natural de Fermoselle y los pueblos sayagueses ribereños en los que el río Duero serpentea en acerados cañones verticales de hermosas vistas. La comarca de Las Arribes del Duero, inexistente administrativamente, se extiende a lo largo de las provincias de Salamanca y Zamora, si bien en la parte de aquella se corresponde con una subdivisión de la comarca de Vitigudino. Mientras, en Zamora, comprende los municipios más próximos al curso del Duero, situados dentro de la comarca de Sayago, de la cual dependen. Por último, en la parte portuguesa, el itinerario se encuentra comprendido dentro de la región de Tràs Os Montes, ceñido exclusivamente a las localidades bañadas por el río.

Curiosamente, es en la parte lusitana en la que este entorno natural goza de la calificación de espacio protegido. Mientras, en la zona española, son muchos los años pasados sin ver convertido el entorno en parque natural que, al estar compartido entre ambos países, sería considerado internacional. Es solo un dato que indica la importancia y el interés ecológico de un área geográfica, sita a caballo entre dos provincias y dos naciones que muchos han bautizado como el Gran Cañón del Colorado Ibérico. Aunque, por su secular aislamiento y su estigma de pobreza, también ha recibido el apelativo de lejano oeste español, al encontrarse en un extremo de la meseta castellana donde el microclima de arribe dispara el termómetro a temperaturas por encima de los cuarenta y dos grados. Cualidades todas ellas que, no obstante, permiten disfrutar de parajes apenas pisados por las botas del viajero.

El viaje debe iniciarse a escasamente siete kilómetros de Vitigudino, donde se conserva el castro amurallado de Yecla de Yeltes, situado a menos de dos kilómetros de esta última población. En él, todavía se pueden contemplar numerosos grabados de figuras antropomórficas y serpentiformes, junto a caballos, ciervos y cazoletas. En la mismo plaza mayor del pueblo de Yecla, un recoleto y poco visitado museo recoge algunas de las estelas halladas en este yacimiento, que data, en su parte más antigua, de la Edad del Hierro.

Más hacia el sur, en San Felices de los Gallegos, se debe disfrutar de uno de los conjuntos urbanos mejor conservados de la provincia salmantina. Es obligado dejar que los pasos lleven al viajero, sucesivamente, a La Alhóndiga – antiguo granero de los Duques de Alba -, al Convento de la Pasión de las Religiosas Canónigas Regulares de San Agustín, fundado durante el reinado del emperador Carlos I, o a la Casa de los Señores del Ron, antigua residencia de nobles que tenían por lema “Los Señores del Ron comen todos a este son”, en clara alusión a las continuas luchas fronterizas entre castellanos y portugueses.

Hacia el Valle del Águila

Fruto de la importancia defensiva de San Felices de los Gallegos es su castillo, levantado por el rey portugués Don Dionis en los últimos años del siglo XIII. La torre del homenaje, en buen estado de conservación, ofrece sus treinta y seis varas de altitud para obtener una magnífica panorámica del conjunto urbano y de las lejanas Arribes del Agueda. Similares en belleza a sus homónimas del Duero, las de este río marcan el limite previsto para el futuro Parque Natural.

Lumbrales, capital del Abadengo, permite llegar hasta el muelle de Vega Terrón, levantado en un extremo de la población fronteriza de La Fregeneda, aunque no se debe pasar por alto una visita al castro de Las Merchanas. La carretera finaliza aquí, contra toda lógica, y solo una vieja línea férrea, actualmente abandonada, cruza el Agueda y facilita, a pie, el acceso hasta la vecina población portuguesa de Barca D´Alba.

Vega Terrón es la despedida del Duero a su largo y tranquilo paseo por tierras españolas, aunque antes de cruzar la frontera, el río debe sortear un profundo desnivel de más de cuatrocientos metros en cien kilómetros de aguas internacionales cuya soberanía comparten España y Portugal. Este pequeño muelle posee igualmente una notable importancia al ser el único puerto fluvial con capacidad para comunicar Castilla y León con el Atlántico e incluye, entre sus atractivos, ser el punto final de una ruta fascinante sobre la vieja línea férrea, que surca, ininterrumpidamente, puentes y túneles de impactante belleza, desde la cercana población de La Fregeneda.

Regresando nuevamente por la carretera de esta última, en dirección a Lumbrales, se halla un desvío a medio camino que lleva hasta la población de Hinojosa de Duero. Y, desde este pueblo de tradición quesera, atravesando el laberinto de curvas del puerto de La Molinera, se alcanza el Paso Internacional de Saucelle – Freixo, dispuesto sobre una de las tantas presas que la empresa hidroeléctrica Iberdrola. Producto de esta actividad son los numerosos megalitos del progreso, con forma de torretas de alta tensión, que acompañan el recorrido.

El viaje puede continuarse por el lado portugués, donde se encuentran pueblecitos trasmontanos de gran encanto dominados por el imponente Penedo Durão y, a pocos kilómetros al norte de Miranda do Douro, en Aldeia Nova, una magnífica panorámica del río Duero desde la ermita de San João, en el Valle del Águila (Valdaguia).

Innumerables rutas por Las Arribes del Duero

Mientras, de sur a norte de la parte española, se encierran numerosísimos atractivos para los viajeros, aunque la gran cantidad de rutas accesibles desde los diferentes pueblos hace prácticamente imposible conocer apenas una pequeña parte de los mismos en solo un fin de semana. Por ejemplo, en Saucelle, es indispensable admirar la visión del puerto de La Molinera desde el Mirador de las Janas, aunque el espectáculo se vea enturbiado por los innumerables caminos de concentración parcelaria que se adentran a pocos metros de una de las mayores colonias de buitre leonado de Las Arribes.

Vilvestre, Mieza y Pereña constituyen los tres próximos destinos. En el primero, la Mesa de la Diabla, un santuario rupestre descrito y redescubierto por el profesor Luis Benito del Rey, aporta un nuevo encanto a uno de los parajes más impresionantes del Duero. Admirable, preferentemente, a última hora de la tarde con los bancales cubiertos de almendros en flor. En Mieza se inicia un momento especial para el viajero, que debe pararse a escuchar viejas historias de cuando el río corría con total libertad entre los farallones de granito y los vecinos de esta población se veían obligados a hablar a voces para poder entenderse por encima del sonido del agua. Finalmente, Pereña goza con el asombro que provoca el Pozo de los Humos, una bella cascada que cae a pocos kilómetros del núcleo urbano y a la que hay que acercarse a pie.

Desde Pereña, el itinerario se adentra hacia Aldeadávila de la Ribera, rebautizada por sus vecinos como El Corazón de las Arribes. Numerosos senderos circundan las proximidades del río, destacando, por menos frecuentados, los de Rupitin, Lastrón y el que lleva hasta la Hospedería de la Verde, un antiguo monasterio, en la actualidad propiedad de Iberdrola, que creció junto a pequeños huertos con naranjales y chumberas a orillas del Duero. Mas, las tres estrellas de Aldeadávila son el Mirador del Fraile – hermosa vista al vacío a pocos kilómetros del casco urbano -, el Picón de Felipe – posiblemente, el lugar de mayor belleza en muchos kilómetros a la redonda – y, finalmente, la Playa del Rostro. Esta es una playa fluvial con zona apta para el baño y diversas actividades náuticas que se organizan desde un pequeño embarcadero en la margen española y que pueden ir desde el alquiler de kayaks y piraguas a una visita turística en zodiac a la desembocadura del río Uces.

A cambio, el punto final, Fermoselle, cuenta con un muy interesante recorrido por un conjunto histórico compuesto por empinadas y estrechas callejas atravesadas, subterráneamente, por numerosas bodegas producto de una intensa actividad vinícola. Para los que gustan del senderismo y de la espeleología, es indispensable, antes de iniciar el regreso, una visita a los Baños de Cordero y al Buraco (agujero) del Diablo, abiertos ambos en una de las márgenes del cauce del Tormes.

Salamanca, Lazarillo de Tormes

Un buen preludio antes de iniciar la ruta o la perfecta excusa para una visita completa, la capital salmantina se muestra bulliciosa, estudiantil y noctámbula. Salamanca guarda el aire de una vieja ciudad señorial, suspendida en otro siglo de capa y espada. Levantada junto a un afluente del Duero, el Tormes, ve coronada una de sus orillas por el Lazarillo y el Barrio de Tenerías, a un costado de las catedrales.

Por el día, se recomienda un recorrido de piedra y monumentos, con visitas anecdóticas a la famosa rana de la universidad – origen de numerosas tortícolis y reclamaciones a ópticos y oftalmólogos -, el astronauta tallado en piedra por Villamayor en una de las entradas de la catedral y los vítores que jalonan la zona estudiantil. Siempre, por supuesto, tomando como eje de todo itinerario la Plaza Mayor, verdadero termómetro vital de la capital charra que modifica su decorado de gentes, según transcurren las distintas horas del día.

Por la noche, Salamanca se convierte en un amasijo de juventud bulliciosa que ocupa las callejuelas más céntricas hasta bien entrada la madrugada. Entre las numerosas opciones de ocio, es posible elegir desde la tranquilidad de las viejas tascas, con glorias gastronómicas locales como la chanfaina, el farinato o el jamón de Guijuelo, hasta los decibelios y la locura de discotecas y salas de baile que cierran sus puertas al rayar el nuevo día. Posibilidades que están destruyendo el viejo mito que afirmaba que “en Salamanca, solo piedras y conventos encontraréis”.

Todo ello, sin olvidar un paseo nocturno por el centro, zambulléndose en la iluminación artística del Puente Romano o en la del rincón formado por la Clerecía y la Casa de las Conchas, antes de admirar la maña de los numerosos artistas callejeros que, en las cercanías del Barrio Antiguo, rinden su pequeño tributo a la magia de la capital del Tormes.

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