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Juegos vascos, del caserío a la Plaza

1922
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Gruesas gotas de sudor resbalan por el rostro del deportista, mientras el acero golpea rítmicamente. A su lado, el señalador apunta con un gran puntero allí donde el corte es más eficaz. Quizás, sienta en la piel las tibias salpicaduras de su compañero que se mueve en precario equilibrio sobre el astillado tronco. Los gritos de ánimo se confunden con las apuestas y las dudosas premoniciones sobre el ganador del desafío. Ni siquiera el júbilo final puede mitigar el derroche físico y la demostración de fuerza que implican los deportes vascos tradicionales.

Secularmente, el hombre vasco ha mantenido una especial relación con su tierra. Relación que se ha materializado en los deportes vascos populares, donde el campesino (baserritarra) encontró el lugar para el esparcimiento, para el desafío, para la apuesta y para la demostración de sus habilidades. De marcado carácter autóctono, pues en ningún otro lugar se encuentran tipologías similares, los juegos de Euskal Herria se caracterizan, sobre todo, por el empleo de grandes dosis de energía física, encauzadas en actividades de dudosa capacidad lúdica: corte de troncos con hacha, arrastre de piedra, siega de hierba, levantamiento de piedra…

El deporte tradicional vasco ancla sus raíces en la labores diarias que, ancestralmente, el campesino desarrollaba en el caserío. El desafío surgía, así, sobre esos trabajos y, lejos de descansar, el baserritarra gastaba las horas de auseto realizando las mismas faenas en la plaza pública, delante de un público apasionado y en dura competencia con otros campesinos.

Para entender las diferentes modalidades, hay que pensar que el baserritarra, aislado en el caserío, realizaba todos los trabajos: desde levantar cercas con grandes piedras hasta el laboreo de las tierras con bueyes; desde cortar en el bosque la madera precisa para el hogar hasta segar la hierba del ganado. En estas faenas alcanza una maestría natural que, luego, le permite competir con otros labradores.

El trabajo se convierte en el origen del deporte y el deporte, en sí, reproduce las condiciones laborales. Y, en ambas, el esfuerzo es la nota común. El campesino vasco afrontaba, sobre todo en los meses de verano, jornadas laborales de quince horas. Así, se levantaba a las cuatro y media de la mañana para ordeñar el ganado, segar las praderas y recoger la hierba que podría estropearse con una lluvia repentina. A las siete, tras un ligero desayuno, unce los bueyes para labrar el campo o cultivar la huerta. Breves interrupciones le permiten recuperar fuerzas en la cocina, mientras da de comer al ganado, recoge leña o repara las cercas. El ritmo se mantiene hasta las nueve de la noche, hora de descansar las fatigas del día.

Semejante autarquía (el baserritarra creía en su capacidad para vencer en soledad las condiciones impuestas por la naturaleza), permitía, en la competición, destacar en varias especialidades: Keixeta fue aizkolari, corredor y segalari, Kataolatza y Ondartza, levantaban piedras, cortaban troncos, corrían y jugaban a pelota a mano; Cholarra fue remero y pelotari; Polipaso y Arriya cortaban troncos y segaban; y Usateguieta fue levantador, boxeador, aizkolari y remero.

Pero la soledad también moldeó el particular carácter del hombre y de sus juegos, diferenciándose aquéllos ligados a la tierra y los surgidos cerca del mar. Las regatas de embarcaciones a remo proceden de este último grupo; del primero nacen los restantes.

Sin espíritu deportivo
La diferencia entre el pastor y el hombre de mar la plasmó Tellagorri, al escribir: «el labrador es silencioso y el pescador gritón; el labrador es muy cauto en el decir, rumia mucho sus pensamientos antes de condensarlos en palabras y casi siempre es certero en sus juicios; el pescador habla con más ligereza y ofrece la simpatía de no conceder demasiada importancia a lo que dice (…). Aquél, que vive de la tierra, sabe que todo deja huella; éste, por vivir siempre en el mar, sabe que hasta la estela que van dejando las lanchas y los vaporcitos acaba por borrarse».

«El labrador sólo va a la taberna los domingos y los días de mercado. El pescador, cuando no está en la mar, está o tomando el sol en el puerto, si no tiene dinero, o en la taberna… En el caserío, el jefe de la familia, el que siempre dice la última palabra, es el marido. En los puertos pesqueros, quien gobierna la casa, resuelve los problemas domésticos y cuida de la educación de los hijos es la mujer, pues el marido está casi siempre en la mar».

«(…) No hay sino ver jugar al mus, a unos y otros, para apreciar la gran diferencia que los separa; el labrador se conforma con unos naipes nada más que regulares para comenzar el juego; generalmente no envida y se conforma con levantar al final de cada jugada tres o cuatro tantos; pero si envida arriesga muy poco, medita antes de aceptar el envite del contrario y casi nunca se juega todo a una carta. Al pescador le gusta tener cuatro reyes o duples buenos o treinta y una de mano, envida los tantos por docenas, acepta rápidamente los envites y con energía, y los órdagos con miradas desafiantes son corrientes en una partida de mus entre pescadores».

Mas, como competidor, el baserritarra se despoja de todas las prevenciones. Sus juegos nacen como desafíos entre habilidades de campesinos y están exentos del llamado espíritu deportivo, del entendimiento del deporte per se, desnudo de móvil económico, carácter sólo presente en un nivel de educación superior.

Los deportes de Euskadi gozan de otras preeminencias. La más destacada se refiere a la tremenda carga de energía física necesaria, pues, incluso los juegos considerados de hombres ya maduros, como los bolos o la toca, difieren de similares de otros lugares en el tamaño y en el peso del objeto a lanzar y la distancia a la que se coloca el blanco.

Hoy, el tiempo se ha reducido en aras del espectáculo, pero las apuestas de principios de siglo acordaban larguísimos recorridos para los korrikalaris; las pruebas de bueyes y segalaris duraban dos horas; las traineras navegaban en mar abierta y el recorrido, entre dos puntos geográficos, era duro y largo, en lucha con las olas, el viento y las corrientes. Como comparación, en Australia, los cortadores de troncos apenas trabajan diez minutos, frente a los desafíos vascos que no bajan de treinta minutos.

Curiosamente, ningún juego conlleva riesgo corporal directo para el deportista que, además, somete todo su esfuerzo a la decisión inapelable de los jueces. Respeto por el ser humano que contrasta con cierta indiferente crueldad hacia los animales. En la competición, los bueyes sienten el pincho del akullu en los flancos y carneros y gallos son lanzados uno contra otro, pero el hombre vasco sólo busca el máximo esfuerzo. El baserritarra es duro con sus animales para obtener el resultado apetecido, pero, de niño, no ciega pájaros ni ahorca perros. Es más, cuando su perro de caza está ya viejo, le pega un tiro en la cabeza para evitarle sufrimientos.

La fuerza física
En cualquier caso, el aspecto más recurrente de los juegos vascos es la alabanza a la fuerza física. Ningún pueblo ha hecho del ocio una repetición del trabajo y, sólo en la actualidad, los atletas se preparan para la competición. Antes, los cuadrilleros dirimían su supremacía con el hacha con los árboles del bosque como únicos testigos.

Las demostraciones de fuerza se cantan en las leyendas vascas y son el principal contenido de los bertso paperak. Fuerzas que el campesino conservaba hasta épocas avanzadas de su vida, pues los grandes campeones lograron grandes triunfos pasados los cuarenta años. Por ejemplo, Justo Gallastegui, con 50 años, levantó, en Tolosa, el 2 de octubre de 1960, cinco veces en cinco minutos, la piedra cúbica de 150 kilos; el 13 de agosto del mismo año, en Azcoitia, compitieron en reñidísima prueba los aizkolaris Arriya (55 años) y Errekalde (57 años).

El baserritarra continúa trabajando aún en edad muy avanzada en las labores del caserío, donde no existe ni la hora de la jubilación ni la vida sedentaria que atrofia los músculos. Un buen día, las fuerzas le abandonan y, entonces, sabe que ha llegado el momento del adiós definitivo, pero, antes, seguirá mostrando sus capacidades: El Pueblo Vasco publicó, el 3 de agosto de 1900, el permiso dado al aizkolari Agustín Unanue, de 75 años, para cortar un tronco de un metro de diámetro en cuatro horas.

El poso cultural de la fuerza física se inicia con las leyendas vascas. En ellas, conviven múltiples personajes (trogloditas, galtxagorris, basajaun, genios, gigantes, Mikolases…) cuyas hercúleas fuerzas les permiten luchar, llevar grandes cargas, arrojar peñascos, arrancar árboles o mover montañas. En la mitología vasca, no exenta de seres mágicos, un acto de tremenda fuerza física provoca el desenlace, mientras en otros pueblos intervienen poderes sobrenaturales.

Entre los prototipos de hombres fuertes, destacan el gigante de Alzo y Manuel de Haedo. El primero (10 de julio de 1818) destacó por su extraordinaria estatura y descomunal fuerza. Ambas le permitieron subsistir exhibiéndose por tierras de España y el extranjero, donde fue presentado a Isabel II, de España; Victoria I, de Inglaterra; María de la Gloria, de Portugal; y Luis Felipe I, de Francia. De su estatura, quedan las muescas de cincel hechas en la pared del pórtico de la parroquia de Abajo, que alcanzan los 2,27 metros, mientras que sus brazos abiertos marcan 2,42 metros. A los 23 años, pesaba 16 arrobas (200 kilos) y construía cercas con piedras de 20 arrobas (250 kilos) que colocaba una sobre otra, sin ayuda alguna. Murió el 20 de noviembre de 1861, en su pueblo natal, donde fue sepultado.

Manuel de Haedo nació en Fuerte de Ocharán, en el concejo de Zalla. De él, se recuerdan sus luchas con pasiegos en la Venta del Borto; la aventura con los muleros un día que caminaba hacia Carranza; o el transporte desde la ferrería de Bolomburu, sita entre Valmaseda y Zalla, hasta Bilbao, de siete quintales machos de hierro. Su hija, muerta a los 19 años, venció a un campeón navarro en el lanzamiento de la barra de veinte kilos, alcanzando la distancia de cuarenta pies.

Los bertso-papera
De antiguo, la procedencia de tales energías se relacionó, directamente, con la cantidad de alimento ingerido, lejos de los estudiados regímenes alimenticios del deportista actual. Los cambios, muy recientes, han vencido tradiciones ancestrales, pero han supuesto una mejora muy estimable sobre las viejas marcas.

El baserritarra hacía dos comidas en el monte: gosari, hacia las nueve de la mañana; y bazkari, al atardecer. En el caserío, hay una tercera, a mediodía. El almuerzo consistía en castañas, leche o porrusalda; a mediodía, puchero de habas o alubias con berza y tocino y manzanas; en la cena, castañas, talo de maíz, manzanas asadas o porrusalda. El pan blanco, la carne o el bacalao eran alimentos reservados a festividades especiales.

Sin embargo, los antiguos atletas eran víctimas de absurdos regímenes impuestos por preparadores y socios. Usateguieta, padre de los actuales harrijatsotzales, aceptó una apuesta contra Jesús Elustondo en la que sus dos socios, Eustaquio Loidi y José María Aguirre, carpinteros de San Sebastián, le hacían comer dos tazas de chocolate, como desayuno; dos platos de lentejas, dos docenas de huevos crudos batidos y dos kilos de chuletas, para la comida e idéntica ración por la noche; sin olvidar la merienda, consistente en una gran fuente de bacalao con tomate.

A veces, el atleta advertía el error, tras comprobar que su forma física, inmejorable en el trabajo cotidiano, se perdía en las semanas de concentración. El aizkolari Keixeta renació para el deporte con más de cuarenta años, al cambiar su alimentación y, durante cuatro años, consiguió sucesivas victorias.

En cualquier caso, las hazañas deportivas de los baserritarras llamaron la atención de los bersolaris que transmitieron sus usos de forma oral. Así, se marcaron los contornos de los troncos, el diseño de las piedras, la longitud de los carrejos… Antiguas reglas que aún utilizan medidas en arrobas y pulgadas.

Las primeras referencias escritas aparecen, sin embargo, en Castilla, ya que el bersolari, no considerado culto, era prohibido por los alcaldes en las plazas de sus pueblos. En El Escorial, el párroco escribió sobre los juegos practicados por los canteros vizcaínos en sus ratos de ocio. Y, en la Biblioteca Nacional de París, se conserva un pergamino manuscrito del siglo XV, perteneciente al Libro VI del Fuero navarro, en el que se detallan las condiciones del lanzamiento de piertaga.

El auge de los deportes vascos, patrocinados por parroquias y municipios, tiene lugar entre los siglos XIX y XX. En el siglo pasado, la crónica deportiva es esencialmente oral. Los atletas pagaban a un bersolari para que les acompañara a la prueba y cantara sus hazañas en verso. Algunos se recogían por escrito y circulaban por pueblos y caseríos apartados, donde los berso-papera eran la única letra impresa, junto a algún libro de los Evangelios.

De escasa calidad literaria, los berso-papera gozan de frescura y la espontaneidad. El único dato fehaciente es el nombre de los contendientes, obviando lugares y años, pero adornando otros hechos: cómo surguía el desafío, la expectación despertada y la loa al vencedor. Unas y otras cosas no eran óbice para que se difundieran rápidamente por todo Euskadi llevados por carboneros, leñadores, segadores y pastores.

Apuestas y traviesas
Por último, no se puede hablar del deporte rural vasco sin hacer mención a apuestas y traviesas. Durante siglos, la vida deportiva fue la única ocasión para el vasco de arriesgar su dinero y la mujer, en una posición secundaria y pasiva, hacía de madre, esposa o hermana solícita del atleta, a quien ha cuidado con desvelo y amor, sabedora de que aquel hombre llevaba a la lucha el honor, el nombre y las economías del caserío.

Los juegos permitían arriesgar un dinero, ya fuera asociándose a una de las partes contendientes o apostando durante la prueba en traviesas cruzadas, según la marcha de la competición. A principio de siglo, se apostaba el equivalente a cincuenta mil pesetas actuales en una lucha de carneros. En 1903, Santa Agueda y Achumberría acordaron una famosa apuesta sobre veinte mil reales (medio millón de pesetas de hoy, aproximadamente).

El espectador, que, hasta fines del XIX, no pagó entrada, cantaba sus traviesas directamente, apostando sobre el ganador; sobre el tiempo a emplear; sobre las diferencias entre los competidores; sobre los topetazos que aguantará un carnero; sobre las plazas que hará una pareja de bueyes… La figura del corredor de apuestas no aparece hasta 1915 y actúa como intermediario, reteniendo un porcentaje del ganador.

Iztueta cuenta cómo «los labriegos guipuzcoanos acuden tan alegres y bien vestidos a los partidos y a los concursos, llevando en sus bolsas secretas ocho ducados. Y aunque no posean más porvenir que su sudor del trabajo, muy frecuentemente se les ve apostando cinco, diez y hasta sus veinte onzas de oro, cada cual según su albedrío. Quienes no disponen de dinero, se valen de sus bueyes, vacas, mulas, caballos, cabras, ovejas o de cualquiera hacienda que posean para apostarlas en el juego. Hemos visto en la plaza pública, apostar unos a favor de éste, otros a favor de aquél, las chaquetas o cinturones que llevaban encima».

Aún así, es extraño que un jugador se comprometa económicamente. Primero, por la escasa continuidad de las pruebas; segundo, por las pequeñas cantidades cruzadas en las traviesas, que, además, no atraen al apostador profesional. Así, la apuesta no es más que la imprescindible evasión de las interminables jornadas laborales de los baserritarras, que, en el fondo, saben que salen perdiendo a la larga, tal y como refleja un viejo refrán: «jokoa azkarrago da jokalariak baño» [El juego es más hábil y astuto que los jugadores].

AIZKOLARIS (Aizkolariak)
Se cortan troncos de determinadas medidas con hacha, en el menor tiempo. La escasez de hayas redujo este deporte que tuvo, en la Guipúzcoa de 1850 y 1930, a los mejores especialistas y las apuestas más famosas. Fue la época de Keixeta, Santa Agueda, Atxunberría, Hiyoya, Arriya, Errekalde, Korta, Goenaga, Irulegui, Mendizabal, Aguiñeta, Olazabal…

Los troncos, talados en fecha reciente, llevan corteza exterior, sin nudos, hendiduras, fallos o defectos. El perímetro varía desde las 36 pulgadas (0,835 m.) hasta las 108 pulgadas (2,504 m.) y las longitudes mínimas, para dos cortes, desde 0,80 m. a 1,20 m. y, para un corte, desde 0,50 m. hasta 0,80 m.

Los troncos no pueden alterarse (darles dureza o ablandarlos). La base o ipurdi se marca con una señal indeleble. Cada parte cede la mitad de sus troncos a la contraria, para nivelar el trabajo. Para un corte, se colocan sobre travesaños de 8 a 12 cms. de altura, alternando los troncos de ambas partes. Para dos cortes, se usan tres travesaños, yendo uno en el centro.

En desafíos, ambos cortan los mismos troncos colocados en dos filas iguales en número y perímetro. En el sorteo, el ganador elige la fila de inicio. Se puede cortar al libre albedrío la hilera correspondiente, siempre que se acabe el corte antes de pasar a otro y la hilera antes de pasar a otra. En campeonatos, hay un orden de corte preestablecido. Los enseñadores pueden señalar dónde aplicar los hachazos con un palo. El ayudante facilita hachas, toallas, bebidas.

LEVANTAMIENTO DE PIEDRA (Harrijasotzea)
Tuvo su apogeo durante la vida deportiva de Arteondo y Aritza, hacia 1925. Entre 1952 y 1957, se sucede el esplendor de Soarte, Manterola, Aguerre, Oliden, Achaga, Garachabal y los veteranos Usategueita y Errekartetxo. Los mejores especialistas están en la zona de Azpeitia y Aya y de Cestona a Ondárroa.

Una persona, con sus propias fuerzas y sin mecanismo alguno, levanta, del suelo al hombro, piedras de distintos pesos y formas, en varias tandas. El material es piedra natural extraída de una misma cantera o roca, sin incrustaciones de materiales extraños. No valen dos piedras unidas que no sean de la misma cantera.

Las piedras son cúbicas (seis caras cuadradas, sin agarraderos); esféricas (bola, sin agarraderos); rectangular de antigua usanza (prisma regular o paralelogramo, con agarraderos labrados); rectangular de sistema moderno (sin límite en el volumen de los agarraderos y aligerada en cualquier parte menos en las aristas de la base opuesta); cilíndrica de antigua usanza (cilindro con oquedades labradas); y cilíndrica de sistema moderno (sin límite en el volumen de las oquedades y aligerada de peso en cualquier parte, menos en la circunferencia de la base y su parte opuesta).

En la alzada reglamentaria, la piedra debe ir del tablado al hombro, por la parte frontal del forzudo. Este puede usar una faja o gerriko en la cintura, para apoyar una arista de la roca. En el hombro, debe lograr la horizontalidad de la arista inferior de la piedra o su punto más bajo y debe parar un instante para demostrar la intención de dejarla caer, obligatoriamente, por la parte frontal y a los sacos de arena que amortiguan el impacto en el tablado. El ayudante podrá tocar la piedra al comenzar el descenso.

SOKATIRA
Ocho personas, con un peso total máximo determinado, arrastran a otro equipo similar tirando de una cuerda, sobre terreno duro (frontón o similar), tierra o hierba. Las categorías son de 560 kilos, 640 k., 720 k. y peso libre. En juvenil, el peso límite es 560 k. y en femenino, 520 k. La soga no tiene menos de 10 cms. de circunferencia, ni más de 12,5 cms. y una longitud máxima de 32 m. Para competir, se marcan tres paralelas en el suelo, distantes 2 m. la central de las otras dos. La soga, tirante, tiene su centro sobre la línea central del suelo. En la soga, se hacen cinco marcas: una, roja, central; dos, blancas, a 2 m. de ésta; dos, azules, a 5 m. de aquélla. La soga debe agarrarse a 30 cms. de la última marca.

Sólo tocan el suelo los pies y deben estar adelantados a las rodillas; las manos deben coger siempre la soga; no se puede apoyar el brazo ni la cuerda en el muslo; la soga debe estar tirante y derecha desde el inicio, sin nudos, no retorcida, ni enrollada alrededor del cuerpo (excluyendo al hombre ancla). Una tirada se gana cuando una de las marcas de los lados pasa sobre la línea del suelo más lejana a ella.

ARRASTRE DE PIEDRA (Idi dema eta antzekoak)
En siglos pasados, todo agricultor o ganadero acomodado poseía una yunta de bueyes o vacas para probar con las de sus vecinos. Vizcaya y Guipúzcoa fueron las zonas de mayor afición. Ayuntamientos como Abadíano, Lauquíniz, Urdúliz, Bérriz, Guernica, San Andrés de Echevarría, Berraitúa, Marquina y Elorrio, en Vizcaya; San Sebastián, Aya, Régil, Cestona, Azcoitia y Oyarzun, en Guipúzcoa, organizaban concursos, con premios en metálico.

Se arrastran piedras, hechas para ello, lo más lejos posible, con la fuerza de tiro de animales y hombres, sobre probaderos construidos ex profeso. La parte posterior de la piedra, al inicio, cubre parte de la franja del probadero. Un orificio en la parte delantera sirve para la cadena y el pasador. Si la piedra sale de las franjas exteriores, se produce el ustel, por lo que debe retroceder hasta situarse más atrás de donde se registre la salida. No sucede al llegar a la cinta final del probadero. También es ustel cuando toda o parte de la sobrecarga que se lleva sobre la piedra cae al suelo. En gizon-proba, el actuante debe levantar solo la carga desprendida; de no hacerlo, se valida la marca hecha hasta ese momento.

Los arrastres pueden ser por ganado vacuno, asnal, caballar y hombres. Las distancias se miden en plazas, cintas y metros. Los actuantes cubren una plaza (clavo) cuando la parte delantera de la piedra tapa un fragmento de la cinta opuesta a la salida. En los empates, el título es para quién actúa en primer lugar y se divide el premio en metálico en dos mitades. En los desafíos, el segundo termina y gana al superar la marca del contrario.

Cada Segalari lleva 6 personas: dos recojen hierba, uno hace fardos; dos la pesan; y uno recoje la hierba caída bajo los fardos. El pesaje termina 20 minutos después de finalizada la prueba. La hierba no pesada se considera no cortada.

SEGALARIS (Segalariak)
En Hernani, Tolosa, Azpeitia, Cizúrquil, Asteasu y Aya nacieron los grandes héroes de la guadaña, cuya época dorada se marca hacia 1925 con Keixeta, Lokate, Prantxesa, Florentino Mayoz o Juan María Olazabal. Se debe cortar el mayor número de kilos de hierba con guadaña en un herbazal de superficie determinada, durante un tiempo preestablecido. El herbazal se divide en parcelas y, éstas, se agrupan en lotes similares en orografia y hierba.

La superficie del terreno y el tiempo depende de quién afila la guadaña y del tipo de hierba. Los segalaris pueden usar tres (60 minutos) cuatro (90 minutos) o cinco guadañas (120 minutos). La hierba se corta en la misma dirección. Cada atleta lleva seis personas: dos, con rastrillo, recogen hierba; uno, sin rastrillo, hace fardos; dos, la pesan; y uno, con rastrillo, recogen la hierba caída bajo los fardos. El pesaje, hecho durante la prueba, termina 20 minutos después de finalizar aquélla. La hierba no pesada se considera no cortada.

Debido a las dificultades de control, no se admiten apuestas de dinero en las pruebas de corte raso, donde es deficiente la hierba cortada que supere los 10 cms. de longitud.

KORRIKALARIS Y ANDARINES (Korrikalari eta ibiltariak)
La época más gloriosa la marca el andarín navarro de larga distancia, entre el siglo XIX y XX: andarines de pantalón hasta media pierna, calzados con abarcas y una vara de avellano en la mano. El deporte consiste en recorrer en el menor tiempo una distancia determinada. Se celebra en ruedos taurinos, donde se corre en un circulo con un radio de 15,926 metros.

El círculo está siempre a la izquierda del korrikalari. Cuando el desafío se celebra en igualdad, salida y llegada se efectúa en lados opuestos. En parejas, el cambio se hace al entregar el testigo. Cuando se conceden 50 m. de ventaja, la salida se da en lados opuestos, pero coincide la llegada. No se puede estorbar en los adelantamientos, que deben hacerse por la derecha. El entrenador puede aconsejar tras la barrera.

TXINGAS (Txingak)
Se llevan dos pesas, una en cada mano, sin limite de tiempo, a la mayor distancia posible. La plaza o clavo mide 28 m. y cada pesa tiene 50 k. Pueden ser de molino, básculas antiguas o de fundición. El participante puede aportar un juego de pesas de su propiedad, bajo verificación de la organización.

Las manos deben estar limpias de materias extrañas. La txinga se coge por la parte superior, sin meter la mano en el aro. El sorteo decide el orden de actuación, con una diferencia de tres minutos entre concursantes. En cada clavo, se debe pisar la cinta final con cualquier pie. Cada uno escoge el ritmo o puede pararse, pero no soltar las pesas ni apoyarlas en el cuerpo.

PELEAS DE CARNEROS (Azpeitiango aharitalken araudia)
Fue juego predilecto de los vascos y orgullo del casero acomodado. Se celebran en plazas de toros. El ganador debe marcar dos quinces. Se echan a la pelea hasta ocho veces, si no se decide antes. Si el quince se logra en el octavo asalto, se echa una novena vez y, con el resultado, decide el juez.

Si los carneros sobrepasan los dos minutos en la primera tanda y un minuto en las demás sin dar ningún tope reglamentario, se separan para echarlos de nuevo. El tope reglamentario implica chocar con la cornamenta o la cabeza de frente.

El carnero perdedor no puede actuar durante tres meses, mientras que el ganador no tiene limites. Si en una apuesta no dan cuatro topes, se le retira la taquilla al perdedor y las apuestas son nulas.

LOKOTXAS (Lokotx edo sokor apostua)
En una cesta, en el menor tiempo, se recogen un determinado número de lokotxas, separadas, en filas, a 1,25 metros de distancia. Para la competición, se colocan tantas cestas iguales como participantes. A 1,25 m., se coloca la primera lokotxa (mazorca); a 1,25 m. de ésta, la segunda y así, sucesivamente, hasta el número 25. Si se juega a 50 lokotxas, se colocan dos en lugar de una. Si es a 75, se colocan tres. Y si es a 100 se colocan cuatro.

Los participantes deben recoger todas, una a una, sin poder caminar hacia una mazorca si antes no entra a su cesta la anterior. El orden de recogida de las lokotxas es libre.

JUEGOS Y DEPORTES EN IPARRALDE
Algunos de los deportes de Euskadi Norte, son:

Portadores de bidones de leche (Esne ontzi garritzea).- hay que llevar dos bidones lo más lejos posible desde la salida según un recorrido prefijado.

Levantamiento de fardos de heno (Lasto fardo jasotzea).- en tres minutos, se levanta el mayor número de veces un fardo de heno a 8,50 metros de altura. El levantamiento es válido cuando el nudo que ata el fardo toca la polea antes de bajar. El concursante debe impedir la caída libre del fardo y tiene derecho a dos intentos.

Carrera con sacos de maíz (Arazaku garreiztzaileen lasterketa).- se recorren dos veces 40 metros en línea recta con un saco de maíz al hombro. Al concursante se le puede ayudar a colocar el saco en el hombro, pero tiene que pisar la meta antes de regresar.

Levantamiento de carreta (Gurdi altxatzea -orga jokua-).- hay que levantar una carreta y recorrer la mayor distancia sin que las ruedas toquen el suelo. El concursante puede hacer dos intentos, que son válidos cuando recorre, por lo menos, cuatro metros.


 

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