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Obidos, ciudad nupcial

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Siete centurias han pasado desde que los reyes portugueses iniciaron la costumbre de regalar, como singular ósculo nupcial, la villa de Obidos a sus reinas. Su aspecto no ha podido cambiar mucho desde que Dionis e Isabel de Aragón iniciaron esta costumbre en 1282. Pequeña ciudad, rodeada de altas murallas medievales, se distribuye a lo largo de calles adoquinadas y casas de color azul brillante con ribetes amarillos. Por todas partes, se ofrecen empinadas escaleras para subir a las murallas, desde donde se divisa un paisaje punteado de viñedos y molinos de viento.

En cualquier caso, las escaleras que suben a la muralla son un ofrecimiento que no puede ser denegado. El primer recorrido por la ciudad de Obidos debería realizarse sobre estos muros desprovistos de barandillas, aunque, en algunos puntos, la estrechez ponga a prueba el valor del viajero. Sin embargo, la altura permitirá planificar el posterior paseo a pie de calle.

Las murallas no sólo dan una idea de la distribución interior de las callejuelas de la ciudad, sino también de la historia de este lugar ganado a los moros por el monarca Alonso Henriques y las tropas que mandaba su capitán Gonçalo Mendes en el año 1148. Obidos no fue, sin embargo, un lugar fundamental en la reconquista llevada a cabo por los portugueses, sino que éstos se vieron obligados a hacerse con la villa con el objeto de eliminar las bolsas de resistencia sarracenas en los territorios recién obtenidos antes de emprender nuevas campañas al sur del Tajo.

Sólo un siglo después, el rey Dionis mandó construir el castillo que hoy corona la ciudad y estableció el particular privilegio de conceder la villa a las reinas de Portugal. El propio monarca inició la costumbre ofreciéndosela como regalo a su esposa Isabel, y Obidos pasó por las manos de las reinas portuguesas hasta 1833. Curiosamente, las mismas murallas que sirven al viajero para visionar la historia de la ciudad se construyeron posteriormente gracias a la iniciativa de Fernando I.

El castillo construido por el monarca Dionis es hoy una lujosa fortaleza. Una vez que los pies han descendido del círculo amurallado, la entrada debe hacerse por la que era, y sigue siendo, el principal portalón del pueblo, que salva las murallas gracias a un pasadizo en retranqueo, diseño previsto como estrategia defensiva para dificultar el acceso de los posibles enemigos. Cerca, en uno de los muros bajo techo, se puede ver un oratorio decorado con azulejos del siglo XVIII, donde están representadas la agonía de Jesús y el lance del Huerto de los Olivos, en el que San Pedro cortó una oreja a un soldado romano.

La calle principal, la Rua Direita, arranca desde esta entrada y llega a la plaza central del pueblo, a los pies del castillo, donde también confluyen las vías más importantes. Este es el lugar más despejado del casco urbano de Obidos y, en su rededor, se puede contemplar el pelourinho de Joao II, una fuente renacentista y varias mansiones destacadas, como la Casa do Telheiro.

Las iglesias
También en esta plaza se levanta la iglesia dedicada a Santa María. Se trata de un edificio que, en sus inicios, fue templo visigótico; luego, mezquita árabe y, después de la reconquista, fue consagrada a la fe cristiana. Sus muros contemplaron la boda de Alfonso V con su prima Isabel, celebrada en 1444 a las tiernas edades de diez y doce años, respectivamente. Las reconstrucciones llevadas a cabo entre el 1521 y el 1557, años del reinado de Joao III, eliminaron, prácticamente, las influencias artísticas anteriores y su aspecto medieval. La iglesia goza, así, de un aspecto renacentista con el interior revestido con azulejos azules y blancos del siglo XVII, típicos en las iglesias portuguesas y plagados de motivos vegetales en formaciones geométricas. En lo alto del pórtico, enmarcado por cuatro columnas, se ve una hornacina con la figura de la Virgen y, en torno a ella, una corte de ángeles.

El interior se distribuye a lo largo de tres naves separadas por dos filas de columnas dóricas. En la nave de la izquierda, existe una elaborada tumba diseñada por el escultor francés Nicolás Chanterène, quién ejerció en Portugal durante la primera mitad del siglo XVI. De las paredes cuelgan más de veinte pinturas al óleo pertenecientes a distintos autores, entre los que destacan Baltasar Gómez Figueira y la pintora sevillana Josefa de Ayala (1634-1684), más conocida como Josefa de Obidos, pues pasó casi toda su vida residiendo en un convento de esta localidad. De ésta última, una de las pocas féminas cuya obra ha sido reconocida por los especialistas en historia del arte, es el retablo de la capilla lateral sita enfrente del enterramiento realizado por Chanterène. La artista empezó haciendo grabados y miniaturas, adquiriendo un notable dominio del detalle que plasmó, después, en sus obras religiosas de tamaño natural. Por su parte, los ocho lienzos del retablo son obra de Joao da Costa, del siglo XVII, que representan diversas escenas de la vida de María.

A la izquierda del altar mayor, junto a una capilla dedicada a San Blas, se levanta el sepulcro renacentista de Joao de Noronha o Moçó, alcalde mayor de Obidos, muerto en el año 1525, acompañado por su esposa, Isabel de Sousa. Sobre la autoría de la Piedad que adorna el conjunto, existen diversas versiones, pues unos lo atribuyen al taller de Jean de Rouen, artista de la escuela de Coimbra, y, otros, afirman que se debe al cincel de Nicolás de Chanterène, ejecutado entre los años 1526 y 1528.

En la parte posterior de la iglesia, donde antes se alojaba el viejo ayuntamiento, está ubicado el Museo Municipal, hoy rehabilitado por la Fundación Gulbenkian. Dentro, se encuentran restos romanos, árabes y medievales hallados en el término municipal, recuerdos de las batallas sostenidas contra las tropas de ocupación napoleónicas y abundantes obras de arte, entre ellas una buena muestra de las pinturas de Josefa de Obidos.

Un par de casas más allá, se encuentra la iglesia da Misericordia, antigua capilla do Espirito Santo, edificio entre barroco y renacentista cuyo pórtico se remata en una curiosa imagen de la Virgen realizada en loza vidriada. Y aún un poco más lejos, es posible alcanzar una plazuela donde se alza la iglesia de Sao Pedro, donde el interés recae en el gran retablo barroco del altar mayor, cuya pintura central de Joao da Costa representa a San Pedro recibiendo las llaves del cielo.

Las escaleras y la estrechez de las viviendas hacen imposible el tráfico por las calles de Obidos, por lo que es más aconsejable dejarse llevar por los pies.

La Rua Direita lleva hasta el tramo final del pueblo, desde donde se accede al castillo y a la iglesia de Santiago. El templo ha sufrido tal número de reconstrucciones a lo largo del tiempo que posee un aspecto casi colonial, perdiendo gran parte de sus valores arquitectónicos, aunque ocupa un lugar privilegiado como antigua capilla del castillo.

La fortaleza, por su parte, fue transformada en palacio durante el siglo XVI y todavía conserva numerosos elementos de valor, destacando el arco de entrada o las ventanas de estilo manuelino geminadas. La mirada debe discernir el resto de curiosidades, como el aljibe descubierto en el año 1931 al pie de la torre del homenaje.

En los alrededores de Obidos, merece una visita el santuario do Senhor Jesus da Pedra, un curioso templo de estilo barroco, planta circular e interior en forma de hexágono regular, con tres proyecciones exteriores que corresponden a la sacristía y a dos torreones adosados a ambos lados de la puerta de entrada. Bajo sus soportales encontraban refugio los tullidos que llegaban al oratorio en busca de remedio o consuelo, pues el lugar es centro de peregrinación desde hace doscientos años. Al santuario, se le atribuyen curaciones milagrosas y todo tipo de hechos insólitos ocurridos durante su construcción. No obstante, el principal motivo de veneración y la causa de que se levantaran distintos santuarios hasta culminar el actual es una antiquísima cruz de piedra, con una figura antropomórfica tallada.

Pero los milagros no son las únicas razones para acercarse hasta este lugar. Desde aquí, la mirada debe volverse hacia la silueta de Obidos que se recorta sobre el horizonte como un barco de piedra. Así, las murallas serían las bordas; el castillo habría el mismo papel que su homónimo instalado en popa y el extremo aguzado que arranca desde la Porta da Vila y termina en la Torre do Facho no es difícil asemejarlo al bauprés o a una esbelta proa.

Una parte del caserío no cabe en cubierta y se derrama sobre las laderas del cerro sobre el que navega el largo cascarón de la ciudad nupcial. El aspecto de barco encallado debió ser aún más evidente en el pasado, cuando la ciudad se asentaba a la orilla de un profundo golfo del que sólo quedan los vestigios que son, hoy, la actual laguna de Obidos.


 

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