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Alicante, con sabor mediterráneo

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Unida de forma irrevocable al mar, Alicante se extiende a orillas del Mediterráneo, cuyas aguas casi bordean el paseo de la Explanada de España, donde se toma de forma inmediata el pulso a la ciudad. Ciudad abierta y acogedora, coronada por un fabuloso castillo, Alicante seduce por su aire cosmopolita que contrasta con su empeño en guardar celosamente su pasado.

Difícil tarea sería intentar contar cada uno de los pequeños cuadraditos que componen el Paseo de la Explanada de España, en Alicante. Unos en color, curiosamente, rojo alicante; otros en crema marfil y aquellos en negro marquina, buscando, todos ellos en armonía, imitar las olas del cercano Mediterráneo.

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Aunque tiene su origen en el siglo pasado y se le conoció como Malecón y Mártires de la Libertad, fue en 1957 cuando se renovó su pavimento utilizando más de seis millones y medio de pequeños cuadrados de mármol, pavimento que se ha vuelto a renovar a finales del siglo XX. Al igual que este gigantesco mosaico, flanqueado por altivas palmeras, cafeterías, heladerías y restaurantes y algún que otro improvisado artista, miran hacia el mar. Las palomas juegan a ganar terreno a los pies de los transeúntes. Es aquí, en la Explanada, donde comienza a tomarse el pulso de esta ciudad abierta y acogedora, que tuvo sus inicios en La Albufereta.

El primer peldaño de la escalera del ayuntamiento marca el punto cero, referencia para medir la altitud de toda España. Este peldaño se encuentra a tres metros sobre el nivel del mar.

Lucentum, que así denominaron a estas tierras fue un importante centro comercial, teniendo como eje principal su puerto. Pero su nombre procede de los agarenos quienes rebautizaron el lugar con el nombre de Al-Lekant. Y es, en este momento, cuando se revela otro de los emblemas de la ciudad. Si el mar es referente básico en la vida de los alicantinos, el monte Benacantil constituye también uno de los puntos clave de la ciudad. No en vano hacia el año 750 sus pobladores se establecieron en la ladera meridional de dicho monte «diseñando» la actual urbe y construyendo la parte más alta y elevada del castillo.

Desde abajo, parece minúscula la bandera que ondea en lo alto del castillo de Santa Bárbara. Además de la reforma que se llevó a cabo en tiempos de Felipe II, ha sufrido diferentes reformas o ampliaciones. Su acceso se realiza bien, mediante un ascensor que se toma en la Playa del Postiguet o bien en coche. La vista desde arriba es la mejor que se obtiene de la ciudad y de la comarca de L’Alacatí. Pero antes de subir estos 166 metros de roca, hay que reparar en la parte más característica, la denominada «cara del moro», por su parecido con un rostro humano.

La Torreta es la parte más alta y antigua del castillo, donde se encuentra la Torre del Homenaje y la explanada donde se asentara la Alcazaba bautizada con el nombre de Macho del Castillo. El otro gran recinto corresponde a la reforma que realizó Felipe II. El tercer recinto y más inferior alberga el Revellín del Bon Repos, que hace las veces de aparcamiento.

El mar y el castillo sobre el monte Benacantil, ambos símbolos de la ciudad que forman un triángulo mágico, que se completa con esbeltos monumentos como el Ayuntamiento, la Concatedral de San Nicolás o el Palacio Gravina, que contrastan con las humildes, estrechas y bellas callejuelas de la ciudad vieja. A partir de aquí, el paseo por la Explanada, los baños en la conocida playa del Postiguet y el deambular por el casco viejo formarán parte del viaje. Sin olvidar sentarse, de cuando a cuando, para ver pasar la vida o degustar sus magníficos arroces, sin olvidar sus excelentes pescados y mariscos, regados con vinos de la tierra.

 

 


 

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