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Plazas de Castilla La Mancha

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Condicionado el urbanismo por la tipología del terreno, cada uno de los lugares de La Mancha tuvo un singular nacimiento, un desarrollo propio y una consolidación diferente. Mas, al ubicarse en la misma zona geográfica y existir casi todas desde el medievo, existen, entre ellos, concretos paralelismos y similitudes. Uno es la omnipresencia de la Plaza Mayor. Erigida en prácticamente todas las villas manchegas, gozan del beneficio de no haber perdido sus huellas de identidad.

Plaza Mayor de Almagro

La plaza es, en sí misma, un vacío. Es lo no construido. Es el espacio libre de edificaciones. Y, al mismo tiempo, como fuerte contraste, se encuentra rodeada de buen número de fachadas que la aportan carácter y una mayor o menor coherencia estética. Son sus fachadas la que la definen. Lo hacen en base a su peculiaridad, disposición y estilo. Además, urbanísticamente, casi siempre la Plaza Mayor se convierte en lo más relevante de una población y en el conjunto estilístico capaz de definirla.

La Plaza Mayor

La Plaza Mayor siempre es la más amplia de la localidad. Muestra una clara jerarquía con respecto al resto de plazas o plazuelas y está más regulada arquitectónicamente. Su origen se debe a dos factores importantes y para los que fue creada. Por un lado, como unidad urbanística, se concibe para servir a la sociedad local, pues se convierte en el centro comercial y lúdico de la población. Por otro, para representar a la localidad, siendo centro de la misma. De este modo, la Plaza Mayor fue fundada con el único fin de ser útil a una sociedad, algo que continúa prevaleciendo aunque su utilidad haya variado con los años, la moda, los gustos u otros factores.

Con el tiempo, esta plaza se ha convertido en el signo representativo del pueblo y orgullo de su sociedad. El mercado fue casi siempre la principal razón de estas plazas, pues en su delimitado espacio se instaló el comercio para abastecerse de todo lo cotidiano y la feria donde adquirir productos más exclusivos. En ellas, se compró y vendió el ganado y se contrataron pastores, jornaleros y peones. En ellas, los cambistas hicieron sus principales negocios, los menestrales vendieron los productos realizados con sus manos y los mesoneros, bodegueros y estanqueros, ubicados bajo los soportales, hicieron más llevadera la dura vida de los mortales.

Pero no solo se comerció. La plaza también sirvió de escenario en el devenir histórico de la sociedad local. En ellas, se representaron los autos sacramentales y los más fastuosos actos religiosos. Protestó el pueblo ante la injusticia o el hambre y se alegró en los días de fiesta y bodas. Allí se dio el último adiós a un rey muerto y la bienvenida al nuevo. En ellas, se anunció un fuego, el nacimiento de un infante o la proclamación de una república. En ellas, se vivió lo dulce y lo amargo de la vida.

De Sanchos y Quijotes

Los mismos Reyes Católicos impulsaron la construcción de las plazas mayores. Lo hicieron con la idea de ennoblecer las ciudades y las villas de su reino y de que «tengan cosa grande y bien hecha en que hagan sus ayuntamientos y concejos y en que se ayunten las justicias y regidores y oficiales». Por ello, dictaron en Toledo, en el año 1480, la citada pragmática en la que obligaban a la construcción de plazas bajo la amenaza de derogar el título de ciudad o de villa. Este fue el motivo por el que muchas villas de La Mancha levantaron sus casas grandes, que no ha de ser término despectivo, como señal del poder que los concejos tenían sobre bienes comunes y una, cada vez mayor, autonomía jurisdiccional.

En este sentido, no se debe olvidar que el viejo concejo municipal castellano tiene su origen del latín «comun», de donde toma nombre lo administrado. Los bienes comunales se identifican, de este modo, con la plaza, los caminos, los montes y las dehesas propias para el uso de todos los vecinos. La reunión de dichos concejos, de donde nace la palabra concejal, tenía lugar en la puerta o en los atrios de las iglesias y en el ayuntamiento, donde echó raíces el pleno municipal.

El espacio vacío se rellena, además, con otras construcciones que lo rodean y que prestan sus fachadas como particulares vestimentas. La principal es, sin duda, la de la parroquia. Por ello, al compartir el mismo lugar lo civil y lo eclesiástico, cobraban el mismo significado. Una sola parroquia en una circunscripción demostraba que institución y territorio iban ligados. La iglesia se utilizaba también como lugar de encuentro de los vecinos, pues, a campana tañida, se reunía el pueblo en sus atrios para dirimir asuntos civiles.

Mientras, las más postreras, aquellas que nacieron durante la época borbónica de la Ilustración, desean transmitir felicidad y bienestar. Estas son características que han impregnado las últimas reformas de viejas plazas.

Plazas Mayores de La Mancha

Las Plazas Mayores de La Mancha son el fiel reflejo de una tierra y de sus gentes. Gentes honestas que trabajan en diversos oficios. Gentes que en algo son Sanchos y en algo Quijotes. Que en sus plazas han creado juegos infantiles y han guiñado el ojo a la que, más tarde, fue madre de sus hijos. Plazas de viejos de cuerpos cansados de vida trabajo al sol de otoño. Plazas de La Mancha llenas de historia y esperanza de futuro.

Daimiel. Armoniosa plaza de Daimiel. Tú, la antigua de Los Portales Blancos, un día levantada, en los ya lejanos años del siglo XVI, sobre otra más antigua, eres bella y elegante. Aquellas viejas columnas de madera que soportaban zapatas y correas te fueron sustituidas, en el pasado siglo, por estas erguidas de forja al entonces gusto modernista. Tienes perfecta planta rectangular y tus soportales, abigarrados de comercio, constituyen el pulmón comercial de la ciudad. Años ha que tenías la parte superior adintelada y, en ella, se abrían galerías y corredores desde donde ver tardes de toros y mogigangas carnavalescas. Mas la codicia humana, que no cesa, fue cerrando tus corredores y te nos presentas con huecos de ventanas bien definidos y armoniosa fachada. Plaza de Daimiel, la de las muchas aguas, por la que un día pasearon aquellos tipos tan de la tierra que Juan D’Opazo plasmó en sus óleos. Tu, que tantas veces oíste decir a un daimileño al dirigirse a una joven.

Almagro. Suntuosa plaza mayor con ese peculiar verde que debería de llamarse «verde Almagro». Dispuesta como uno de los ejemplares más relevantes de las plazas mayores medievales. Tú cobijaste el mercado más importante de las tierras de Calatrava. Tú fuiste centro del poder jurídico y eclesiástico de tan poderosa Orden, como prueban, en ti, las huellas del palacio, con armas del siglo XIV, del que fue Gran Maestre Gonzalo Nuñez de Guzmán.

En tu memoria permanece la que, un día, fue parroquia de San Bartolomé y, cerrando la cuadratura, las Casas Consistoriales donde se levantaron los muros del antiguo edificio del concejo. Todo en ti es sobrecogedor. Tu mesón de la Plaza, con su Corral de Comedias, donde, desde el siglo XVII, compañías de ambulantes cómicos interpretan a Lope, Calderón o Tirso de Molina. También el callejón del Toril, por donde se accedía a las balconadas para ver juegos de cañas y toros. Por tus amplios espacios han pululado sotaneros clérigos, guapas y atractivas cómicas, caballeros cruzados de Calatrava, financieros extranjeros como los Fúcares, estudiantes de tu universidad, nobles, jornaleros, encajeros y un sin más que hacen, de ti, una estampa única y viva. En la alzada reglamentaria, la piedra debe ir del tablado al hombro, por la parte frontal del forzudo. Este puede usar una faja o gerriko en la cintura, para apoyar una arista de la roca. En el hombro, debe lograr la horizontalidad de la arista inferior de la piedra o su punto más bajo y debe parar un instante para demostrar la intención de dejarla caer, obligatoriamente, por la parte frontal y a los sacos de arena que amortiguan el impacto en el tablado. El ayudante podrá tocar la piedra al comenzar el descenso.

Plaza Mayor San Carlos del Valle

San Carlos del Valle. Todo en ti es quietud. Quietud de sol que mueve las sombras lentamente. Quietud en el silencio recoleto que casi angustia. Quietud que produce la ausencia de roces humanos. Solo un galgo flaco y de lento andar hace pensar que estás habitada. Qué casualidad de la vida fue, a principios del siglo XVIII, cuando el arquitecto Olavide fue a diseñarte y fundarte, con el espíritu ilustrado de hacer una ordenada colonización en el viejo camino hacia Andalucía, Carlos III decidiese abrir un nuevo camino al sur por Despeñaperros. Tal vez, este sea el motivo por el que tu pueblo ha permanecido recoleto y tú, invariable. Solo hay en ti algo que inquieta y es esa fachada barroca, de exhuberantes formas y pronunciada cúpula, de tu templo. Ambas distraen el sosiego que produces, mientras el ayuntamiento se difumina entre balcones y maderas bien tratadas.

Villarrobledo. Plaza vieja de Villarrobledo eres, en sí, la cúspide de las plazas mayores de Castilla. Todo en ti es ancestral orden nacido en el medievo. Orden de evolución lúcida y armoniosa. Cuán lejos queda aquella plaza de mercado, razón de tu creación. Tu iglesia de San Blas se levanta sobre otra más antigua, bajo la misma advocación del santo protector de las gargantas. Y si algunos pueblos de Castilla-La Mancha carecen de palacios, castillos y restos de culturas antiguas y todos cuentan con bellas iglesias, la tuya goza de los aires de Vandelvira, los mismos que dejaron su impronta en Alcaraz, su tierra, Ubeda, Baeza y Granada. Tu ayuntamiento, con claustro incluido, es fiel reflejo de lo pedido desde Toledo, en 1480, por los Reyes Católicos a sus villas de Castilla: levantar grandes y fuertes casas que acogieran dignamente a los representantes del concejo y administradores del común, bajo la pena de quitarles los títulos de villa, si así no lo hicieran. La casa señorial de los López-Muñoz pone de manifiesto la importancia de la nobleza local en la España del Renacimiento.

Más Plazas de La Mancha

Tembleque. No eres la más antigua, ni la más grande, ni la más lujosa. Pero sí eres la señora de las plazas de La Mancha. Airosa, elegante, majestuosa y coqueta, eres, sobre todo, plaza de representatividad. Con que talante, casi cortesano, verían los vecinos de tu villa las fiestas de toros, los días de comedias y las exaltaciones patrias. Lejano queda aquel 1693 en que fuiste inaugurada, más para servir dignamente de centro administrativo, lúdico y festivo que para trasiego de ganados y mercaderes. Del histórico pasado de tu villa queda en ti la grandeza de una rica villa y la profusa decoración de cruces de malta, recuerdo del paso de los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, aquellos que heredaron las propiedades de los legendarios templarios. Todo en ti es armonía y la sensación que produce una plaza cerrada a modo de coso o gran corral de comedias la rompes con esos airosos accesos capaces de hacer que la plaza no termine en su propio espacio.

Valdepeñas. Vieja plaza del pequeño poblado llamado Val de Peñas, habitado con gentes de los pueblos vecinos. Quién podía adivinar, entonces, que serías el centro de un pueblo popular y trabajador, que sabe de sí y de sus vinos. Tu, que vistes pertenecer tu villa a la Mesa Maestral de Calatrava. Tu, que fuiste plaza capital del señorío de don Álvaro de Bazán. Tú, que vistes con orgullo el heroísmo de tus vecinos ante el francés invasor y a aquel humilde vecino Francisco Abad convertirse en genuino guerrillero apodado Chaleco. Señera y soberana, te corona, ¡oh, plaza!, la majestuosa parroquia de la Asunción de Nuestra Señora del Templo, tal vez, en su día, mezquita de mahometanos. Las inscripciones en lengua árabe que en ti hay así lo manifiestan. Una de ellas dice, lacónicamente: «Unidos, juntos moriremos». Triste destino para un pueblo también español. Tu eres el disfrute del vecino y del pasajero, que contemplarán, en la amplitud de tus fachadas, el blanco y el azul del que habría de ser bandera de La Mancha.

La Solana. En el altozano de un montículo, dominando los ricos Campos de Montiel, te levantaron un día, ya lejano, los pastores sorianos que un día te poblaron. Fuiste creciendo por el tesón de tus vecinos y el impulso santiaguista te configuró como villa ya en el siglo XV. Con todo lo que tienes de majestuosa, nunca quisiste renunciar a tu encantado sabor popular. Ese que te dio la impronta que solo tienen las cosas bien hechas, aunque el que las haga no sepa de estilos. Tienes portales adintelados y arcos de medio punto, preciosa y singular Casa de la Posada, la que tal vez ocuparon quienes hasta aquí venían a comprar hoces y azafrán. Tienes magnífico templo, de muchas épocas y estilos, bajo la advocación de la mártir Santa Catalina. Todo en ti es gracia y sabor popular. Por eso, te permites anunciar tu presencia a todo el paisaje de los Campos de Montiel con esa torre alta, altísima, de formas manieristas y porte andaluz.

San Clemente. Cómo serías, Plaza Mayor de San Clemente, en aquellos lejanos días cuando te gobernaron los Villena, poderosos, caprichosos e intrigantes príncipes renacentistas. Seguro que ya estabas configurada, pero aún tenía que llegarte el año de buen recuerdo de 1445, cuando alcanzaste el título de villa. Entonces, nació otra época, culminada en 1476 con la concesión del mercado franco los jueves. En el siglo XVI, levantaron en tu solar magníficas casas de ayuntamiento, para que tu concejo no tuviera que reunirse en el pórtico de la iglesia de Santiago. Y, junto al ayuntamiento, de imponente traza renacentista, nació el pósito, esa institución de origen árabe-español destinada a reservar las semillas más habituales de la zona para prestar, a bajo interés, a los agricultores que perdían cosechas por el fuego o por las inclemencias del tiempo. Que antigua eres, Plaza Mayor de San Clemente, pues, ya en época de templarios, en ti se levantaba una fortaleza de los Caballeros del Templo de Jerusalén que, luego y ahora, sería, y es, bella Colegiata de Santiago.

Villanueva de la Jara. Plaza Mayor del concejo, entre tus fachadas no sobresale la iglesia, la cual se levantó junto al hastial defensivo en época de los Villenas. Mas, conservas de las viejas plazas el paso cubierto de una fachada, donde, tal vez, un día, reposó una santa andariega y abulense de nombre Teresa, cuando vino a fundar el cenobio carmelitano. Te preside, plaza, el ayuntamiento renacentista de suaves y pulcras líneas, de doble orden dórico, de arcadas de medio punto, junto al que se encuentra el viejo pósito y la torre de campanas. Y, para hacerte presente, se levantó, en el pasado siglo, ese edificio neomudéjar que es el palacio de Cánovas.

El Toboso. Vieja plaza del mítico El Toboso, eres de piedra blanda, fiel reflejo del origen de tu nombre «tobas» o piedras blandas. Eres plaza de uno de los poblados más antiguos de La Mancha y fuiste Mayor de una población de cerca de veinte mil vecinos, en el siglo XVI. Mas, con toda tu belleza y monumentalidad, eres, plaza de El Toboso, símbolo del amor. Pues, vecina tuya fue la doncella llamada Dulcinea, española que obtuvo los más bellos y altos deseos de justicia y amor de un caballero, como fue don Quijote, quién por las plazas manchegas anduvo y que de alguna de ellas sería.

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